Entonces trato de acercarlo a mi pecho impaciente. Mi cuerpo se estremece con este primer contacto y, con él, mi corazón evoluciona tan rápidamente que casi puedo hacer que lata por los dos a la vez.
Lo veo y oigo lloriquear por la emoción que le causa el haber llegado a casa después de casi nueve meses lejos de papá. Mis lágrimas se mezclan con las suyas y logramos humedecer la sábana que lo envuelve. Me siento más frágil que él, y al mismo tiempo, engordo mis fuerzas para prometerle protección pura, sana, y 'eterna'.
Hago un segundo intento por dejar de contemplarlo para hacerlo descansar de una vez por todas sobre mi hombro. La mitad de mi cuerpo no responde. Estoy siendo asaltado por sentimientos encontrados que han iniciado en mí un torbellino de emociones. No es solo un pedazo de mí. Él, acaba de empoderarse de la totalidad de mi ser.
Sus piernas y brazos se mueven con aire angelical y su llanto se ha convertido en un grito de guerra. Aquella que acabamos de ganar.
Muevo mis músculos entumecidos y hago un ligero movimiento con la intención de aproximar mis labios a su frente. Siento ese aroma inmaculado que arroja la inocencia de su reciente existencia. Inicio una suerte de recreo entre nosotros y hago rozar, de manera intencionada, mi nariz con la suya. Su rostro se muestra apacible y ha dejado de sollozar. Le hablo. Invento que intenta tocarme y hago el menor esfuerzo por evitarlo. Cubro a plenitud su presencia y al hacerlo quiebro mis ojos y humedezco mi voz.
Muevo mis músculos entumecidos y hago un ligero movimiento con la intención de aproximar mis labios a su frente. Siento ese aroma inmaculado que arroja la inocencia de su reciente existencia. Inicio una suerte de recreo entre nosotros y hago rozar, de manera intencionada, mi nariz con la suya. Su rostro se muestra apacible y ha dejado de sollozar. Le hablo. Invento que intenta tocarme y hago el menor esfuerzo por evitarlo. Cubro a plenitud su presencia y al hacerlo quiebro mis ojos y humedezco mi voz.
Lo separo de mí a regañadientes para cerciorarme de que sea real. Y confirmo que lo es.
Despego mi mirada de la suya en búsqueda de alguien que pueda atenderlo de manera profesional.
Me acerco a la enfermera más cercana. La miro sonriente y le pido que lo acoja cuidadosamente. Antes de entregárselo, consulto si ¿ve un parecido entre él y yo? Para agrandarme, y sin darle tiempo a que responda lo primero, transformo mi duda en ¿no es el bebé más lindo que ha visto en su vida? Pero no obtengo respuesta.
Vuelvo a pedirle que lo atienda, y esta vez mi sonrisa a disminuido por su nula atención. Es inútil. Parece que no existimos para ella. Me reincorporo y voy en busca del doctor que tengo en frente.
Se muestra serio, tiene el rostro humedecido de sudor y sus manos, resguardadas por guantes quirúrgicos, se muestran ensangrentadas. Le ofrezco un pañuelo para salvarlo de aquel llanto corporal pero no lo recepciona. ¿Qué les pasa?
Vuelvo mi mirada sobre él y me enternezco en cuestión de segundos. Es tan adorable.
Vuelco mis ojos sobre la camilla. Ésta vez intento rastrear la ubicación de ella. Quiero que mi hijo se sienta protegido por los brazos de su madre, pero ella no está.
La camilla está vacía, las sábanas destendidas y una escalofriante bombilla ilumina la soledad de la misma. Frunzo el ceño. ¿A dónde fue, o a dónde se la llevaron? Vuelvo a mirarlo para asegurarme que él no haya percibido aquella ausencia. Es tarde, rompe en llanto. Puedo sentir sus pulmones golpeando mis manos y veo la inmensidad de su garganta ensanchada.
Me apresuro para tratar de ponerlo a salvo en ese lugar sagrado que tienen separado para los bebés recién nacidos. En la puerta hay un letrero que dice incubadora y más abajo me advierten que se debe usar en caso de emergencia y/o en bebés prematuros. Y bueno, éste es precisamente uno de esos casos. Hay tantos cables y conductos que no sé para que sirven. Los desconecto casi todos y abro campo para sumergirlo en la calidez que brinda este lugar. Siento deseos de abalanzarme junto a él y sentirme protegido también, pero es un pensamiento disparatado. Cae en un sueño profundo y con la tranquilidad que esto me proporciona corro en retroceso hacia la sala en la que estaba minutos antes.
Me apresuro para tratar de ponerlo a salvo en ese lugar sagrado que tienen separado para los bebés recién nacidos. En la puerta hay un letrero que dice incubadora y más abajo me advierten que se debe usar en caso de emergencia y/o en bebés prematuros. Y bueno, éste es precisamente uno de esos casos. Hay tantos cables y conductos que no sé para que sirven. Los desconecto casi todos y abro campo para sumergirlo en la calidez que brinda este lugar. Siento deseos de abalanzarme junto a él y sentirme protegido también, pero es un pensamiento disparatado. Cae en un sueño profundo y con la tranquilidad que esto me proporciona corro en retroceso hacia la sala en la que estaba minutos antes.
Me acerco a la enfermera más cercana. La miro con frialdad y le pregunto enérgicamente ¿Ella. Dónde está ella?
Detesto la mudez con la que me encara. Me reincorporo y voy en busca del doctor que tengo en frente. Se muestra serio, tiene el rostro seco y sus manos están desprotegidas. ¡Dígame ahora mismo qué pasó! Increpo. ¡Maldita sea, diga algo!
Alzo mis manos enardecidas con ganas de ataque y antes de tocarlo veo cómo delante de mí, este hombre que parecía inquebrantable, se deshace de pies a cabeza.
Me asusto y trato de apegarme a una enfermera que, al mismo estilo de un castillo de naipes, se va desmoronando al compás del sonido de este ambiente desolador.
Entro en crisis.
Entro en crisis.
Precipito mis pasos y llego a ese lugar que tiene un sinfín de cables y conductos que no sé para qué sirven. Lo veo dormir plácidamente, y un involuntario movimiento en sus labios me devuelve el alma al cuerpo. Él sigue siendo real.
Entonces trato de acercarlo a mi pecho impaciente. Mi cuerpo se estremece con este primer contacto y, con él, mi corazón evoluciona tan rápidamente que casi puedo hacer que lata por los dos a la vez...
Siesta de un sábado por la tarde. Por esas horas en los que el sol se oculta, y el corazón-la mente-y la razón- se unen.
AZM
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