martes, 3 de noviembre de 2015

Que las mujeres no voten

Estás a puertas de soportar un año más esas avispadas campañas electorales. Y no sé si estés listo. Prepárate para engullirte esas fúnebres promesas que nutren a quienes tienen hambre de esperanza y alista un refugio por si tienes que recibir a algún candidato devorado por los carroñeros políticos.
No falta mucho tiempo para que se contamine el parque de la vuelta de tu casa, que se mantiene verde gracias a tus arbitrios, con la imagen de los peces gordos que luchan por el poder y creen poner su mejor foto.

Qué detestable es esto de ir a votar.
No sé si por la complejidad de atragantarte con el tránsito limeño, o por la mediocridad de quienes tratan de gobernarnos.
Es tan absurdo tener que elegir el mal menor.
¿Por qué tenemos que estar sujetos a la misma mierda de siempre? Todos nos damos cuenta, pero nadie hace nada. O quizá, sería mejor preguntarnos qué podemos hacer. (Quizá ya no haya nada más por hacer)

Que las mujeres no voten.
Hemos nacido, crecido y seguimos creciendo bajo estereotipos que nuestros antepasados han fundado, reforzado y asimilado como normal. 
Siempre elijo el ejemplo de  que las mujeres no tenían el derecho a voto, o que los negros y judíos eran esclavos porque es algo que derrumba lo que por mucho tiempo una sociedad ha entendido como dentro de lo normal. Hoy puedo asombrarme y sentirme indignado al pensar que muchísimo tiempo atrás la sociedad tomaba esto como normal.

Pero, un momentito.
Quizá no estaba tan mal la cosa.
Aún hay esperanzas de cambio.
Que la mujeres voten, claro que sí. Que los negros votemos también, y que lo campesinos ejerzan su derecho a voto, pero siempre y cuando tengan un grado mínimo de educación: Gánate ese derecho, tú que no sabes leer ni escribir no puedes tener el mismo derecho que yo, que tengo un grado de análisis mejor que el tuyo y podré saber discernir qué es lo mejor para mi y para ti. Qué es lo mejor para nuestra sociedad.
No es clasista ni discriminatorio, pero escucha, el muchacho que recicla en algún basural y no sabe expresarse, ni leer ni escribir, no puede tener ese derecho de decidir el futuro de su país si cuando se acerca a la cédula de votación no sabe ni qué es lo que tiene en frente.

El voto no debe ser universal. Todos no pueden votar.
En mi país hay un alto grado de pobreza e ignorancia que significa quizá la mayoría de peruanos.
Somos los últimos en comprensión lectora y quizá uno de los primeros en corrupción.
¿Qué puedo esperar de los votantes?
Gánate el derecho de decidir por tu país habiendo terminado el colegio, por lo menos.
No te estoy discriminando, al contrario, quiero que estés preparado para defenderte y valerte por ti mismo.
Estudiar es tu derecho, votar no.

¿Por qué si votar es un derecho juega el mismo rol que un deber?  ¿Por qué me obligan a ejercer un derecho, o por qué me multan si no ejerzo mi derecho? 

Estamos todos locos.
A esto me refiero cuando digo que el mundo ha aceptado vivir bajo reglas que no están del todo claras, pero que por la vejez de las mismas hemos ido aceptando generaciones tras generaciones lo que ya está cimentado sin ejercer mayor crítica.

No pido un esfuerzo sobrenatural. Solo que los que decidamos por nuestro futuro seamos personas con un mínimo grado de instrucción. 
Mi voto consciente no puede ser comparado con el voto que se ejerció porque fue decidido mientras se tomaba la tacita de leche que el candidato le regaló.

Así no juega Perú.



AZM

domingo, 19 de julio de 2015

Princesa de un cuento infinito



Ella era una chica normal. Simpática. Delgada. De cuerpo bien formado. Inteligente y sexy cuando quería serlo. Tenía miles de chicos queriendo conquistarla y, ella, disfrutaba de hacerlos "sufrir" a sabiendas de lo bella que era. O al menos parecía saberse bella.

Encendí mi cámara luego de que se ofreciera a ser mi entrevistada así, tan repentinamente como lo que estaba por suceder, por conocer, por confirmar.
Estábamos en un restaurant y tuvimos que pedir algo de comer para aprovechar en cargar la batería de mi cámara mientras conversábamos tonteria y media, tratando de evadir algunos temas.
Ese maldito e incómodo silencio se apoderó de nosotros, o quizá solo de mi.
Empecé a cuadrar el enfoque, a probar algunas tomas y trataba de manipular lo mejor posible la videocámara para tratar de ocultar mi nerviosismo. Iba a entrevistar a una de mis mejores amigas y quizá en alguna otra circunstancia hubiera estado feliz de hacerlo. Este no era el caso.

-Esto es muy difícil sabes. Nunca he hablado de este tema con nadie y me aterra escabar a mis adentros para poder exteriorizar lo mucho que tengo que decir. Aunque quizá nunca termine diciéndolo todo.

Me quedé mirándola perplejo. Estaba helado. Me sudaban las manos. La cien me latía como si hubiera cobrado vida propia y las preguntas se escabulleron tan bien que eran imposible pronunciarlas.
¿Cómo empezar una entrevista que no quieres que inicie jamás en la vida?

-Si quieres podemos no hacerlo. Esto no es necesario. Busco a otra persona y ya. Evitemos esto, por favor.
-A veces estoy echada en mi cama y no paro de llorar. Me pregunto mil veces por qué me tiene que pasar esto a mi y simplemente nunca encuentro respuesta que pueda calmar mi dolor - evade mi pedido.

Quería detener lo que estaba por suceder, pero al mismo tiempo me seducía la posibilidad de conocer lo que estaba matándola por dentro. Así sería mucho más fácil poder ayudarla.

-Me doy asco. Me veo en el espejo y me siento cerda. ¡No me gusta lo que veo! Algunas veces me digo "tienes algo bonito, quizá tus ojos o tu cabello", pero luego me doy cuenta lo que soy realmente y...
-¡Carajo, no digas eso! -interrumpo forzosamente.  ¡Estás loca! ¡¿Qué te pasa?! ¡No digas eso por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor! ...
-No sabes las veces que me he sentido asquerosa cuando comí alguna hamburguesa porque se me provocó. 
-¡Basta ya, por favor!
-Esto es demasiado. Tengo muchas cosas en casa, en mi. Estoy perdida. Estoy como volando en medio de la nada.
-¡Por favor! -le supliqué una vez más.


Rompió en llanto.
Y sus ojitos verde claro se convirtieron en rojo dolor.
Apagué esa estúpida cámara que provocó tal confesión y me olvidé de mi rol de "periodista". No sabía qué es lo que debía hacer. No estaba preparado para algo tan delicado. Tan real. Tan desgarrador.

-No llores. 
-Esto es horrible. Estoy gorda. Soy fea. Nadie me quiere por eso. Nadie me toma en serio. 

Mi corazón se contrajo y empecé a contener las lágrimas. 
Lo que sólo pasaba en telenovelas se había convertido en realidad. Y lo estaba presenciado a centímetros de distancia. Estábamos compartiendo el mismo aire, el mismo espacio. El tiempo fue demasiado corto para procesar que estaba viviendo un hecho real y para entender que aquella responsabilidad que se me estaba encargando de manera tácita era mucho más compleja y pesada de lo que se veía por televisión.

Algunos meses después la noté atareada. Angustiada.
Aquel día no había almorzado y le ofrecí un jugo y una hamburguesa que espero no se hayan convertido en lágrimas nocturnas.

Me jode no poder asegurar que esté cien por ciento bien porque ya no podemos vernos a diario como lo hacíamos antes, pero tenemos comunicación constante y ella sabe que la quiero muchísimo. Sabe lo hermosa que es y si no lo tiene claro quiero que todo el mundo se entere que es preciosa.
No te enojes conmigo si llegas a leer este post. Estás en el anonimato.
A veces necesitamos conocer y evidenciar nuestros propios demonios para tocar fondo, para chocar con nuestra propia realidad, para presentarnos a nosotros mismos y reparar el daño que nos hemos hecho.

Hay muchos jóvenes que están siendo víctima de sus propios prejucios, que están secuestrando su autoestima y asesinando su felicidad. No reparen en pedir ayuda. No carcomas tu vida con lo putrefacto que puede resultar hacerse daño. Valemos mucho más de lo que nos podemos imaginar. Muchas veces la soledad, los problemas a diario y las competencias externas a las que nos tenemos que enfrentar desgastan nuestras energías y no dejan lugar a nuestras propias necesidades, pero por favor, jamás dejemos que nada sea más importante que nuestro propio bienestar.

¡Habla, grita, exterioriza tu dolor si es necesario!
Por favor, ¡pide ayuda! 

AZM




miércoles, 24 de junio de 2015





Recuerdo que cuando era niño vivía engatusado por esa contagiante y tan perfecta magia que emanaba. A decir verdad, viví enamorado de ella hasta hace unos años. Uno, dos y hasta menos. Resultaba tan real lo que decía, y yo, me dejé llevar sin poner trabas, sin avispar mis sentidos, sin siquiera sellar nuestro pacto de amor en lo que muchos llaman contrato. Caí en sus garras como el más incrédulo. Díganme estúpido si quieren. Quizá lo merezco. 
Fui testigo de sus encuentros apasionados con mi mejor amigo, con mi hermano del alma. Fue él la pieza clave y, posteriormente, el responsable de mi sufrimiento. Fue él quien nos presentó. Cayó en su juego con premura y es posible que siga cojudamente enamorado de ella. 
Empecé a conocerla, quise entablar algún tipo de relación. No quería conformarme con ser uno más del montón. Le di todo de mí durante esos casi ocho meses de trabajarla. Y no le bastó. Ja! La verdad es que no le importó.
Fui puntual en cada cita y accedí a un sin fin de caprichos. Es ingrata, me advirtieron algunos. Y me importó un pincho.
Jamás me atreví a faltarle el respeto, mi amor era puro, era real, desbordante.
¡Carajo,estaba dispuesto a dejarme atrapar por primera vez! Y ni siquiera fue necesario dejar que lo haga, porque su intención jamás fue atraparme.
Para ganarme el título al más huevón presencié, también, cómo desfilaban uno por uno ante sus ojos mientras yo me hacía cada vez más chiquito, más insignificante, más menos-merecedor de ella. 
En ese momento nada importaba. Yo quería guardar las formas, no había por qué armar un escándalo. Pensé en que ella necesitaba espacio, quería respirar tal ves, o conocer nuevos horizontes, no lo sé, no lo cuestionen. Ya no merece un pensamiento más. 
Empecé a analizar nuestra situación cada vez que terminábamos alguna reunión juntos y mis conflictos internos terminaban siempre en lo mismo, te hace daño.
No quería ser yo quien acabara con esto, porque simplemente no estaba en mi corazón querer hacerlo.
En el de ella, sí. Y lo hizo. Y terminó conmigo. Y le puso fin a la historia. A nuestra historia. A mi historia. 
Meses después me buscó, cuando aquella herida no terminaba de cicatrizar porque el ardor de los recuerdos lo impedía. Caí nuevamente. Ella es una maestra. Volví a ser partícipe de sus engaños a diario. 
Algunos días post-reencuentro, reparé en que durante el tiempo que estuvimos separados sus sentimientos dejaron de ser fríos y tiranos, y se convirtió toda ella en un témpano de hielo. En la Antártida hecha mujer.
No estaba dispuesto a agrandar las llagas que ella misma provocó con anterioridad y decidí desaparecer sin avisar, porque aunque fui valiente para salir de su vida, seguía siendo el mismo cobarde que no podía decirle ¡adiós, me largo!

Y, ¿saben algo? No me arrepiento. 
Ahora disfruto y me mofo de todos aquellos que han caído en sus artimañas. Ya los ven ahora peleándose entre ellos. Desgarrándose día a día cada centímetro de piel con tal de tener su total atención. Ya los vemos ahora mismo ventilando sus bajezas amorosas por un punto más de rating, por un segundo de interés público. Ella no vale nada. Y al mismo tiempo, hace que sientas que lo vales todo. Aplaudo el haberme dado cuenta que su magia no es real. Quizá muchos ya lo sabían, pero tenía que vivirlo en carne propia, experimentarlo yo mismo y comprobar que ni media fibra de mi ser iba a caer nuevamente ante sus encantos. Y lo hice, Y lo comprobé. Y me di cuenta que quizá no es tu culpa que estés infestada de basura. El problema es que quienes te sostienen son los verdaderos puercos, que además están bañados en fama y que, por supuesto, no soportarían ver a una chancha parada en televisión nacional.
  
AZM
 "A la que es gorda se le dirá gorda. Y a la que es chancha se le dirá chancha"


Magaly Medina, conductora de televisión.





¿Aún no te unes a mi fan page? ¡¿Qué esperas?! 

martes, 19 de mayo de 2015

Iré yo por ustedes

Ya no sueño con que vengan por mí.
La verdad, ni siquiera puedo asegurar que hayan salido a buscarme.
El sol empieza a ocultarse y no sé si mi mente sigue perdida, o si soy yo quien la tiene prisionera.
No quiero colisionar con la realidad.
Hoy no pude comer. 
Creo que estoy en ese día en el que la mayoría no sale a trabajar porque, al menos por aquí, no vi a nadie.
Mi botella está vacía otra vez y me muero de sed. Caminé hasta ese sitio en donde me la llenan de lluvia, pero no encontré a nadie.
Quizá porque hoy no llovió. O quizá porque creo que estoy en ese día en el que la mayoría no sale a trabajar.
Ya es tiempo de tomar mis pastillas, me alegra tanto ver ese reloj y pillarlo a la hora indicada. Siempre que le clavo una mirada está ahí. Inmóvil. 
Le he perdido el miedo a las calles.
A mi soledad. 
Ya no sueño con que ellos piensen en mí. Porque yo, ni siquiera quiero pensar en ellos. Me duelen los pies. Los tengo muy lastimados. Sangran. 
El ardor por las heridas en mis labios resecos es insufrible.
Cada vez pierdo más peso y me es más difícil recordar quién soy y de dónde vengo. Mucho más, hacía dónde voy.
Ya casi es de noche y tiemblo de frío. Trato de aferrarme a mí. 
Dónde diablos estoy. 
Dónde mierda están. 
Las personas me evaden. Me cierran las lunas del auto. Me lanzan escupitajos. Se burlan de mí. 
No quiero hacerles daño. No soy capaz. Solo quiero agua y comida.
A veces me enfurezco. Sí. 
Porque me descontrola su indiferencia.
Entonces es ahí cuando lanzo todas mis botellas vacías. Sin lluvia. Cuando soy yo quien se ríe de ellos. 
Soy yo quien lanza escupitajos. 
Y soy yo, también, quien les rompe las lunas del auto. 
Veo que todos gritan. 
Corren. 
Se asustan.
Y eso es lo que quiero.
Corran. Huyan. Griten. Lloren. Piérdanse. 
Y déjenme en paz.
El casi, se ha ido. Ya es de noche y sigo deambulando.  
Hay un auto estacionado lleno de pasajeros y un loco me mira.
Y yo lo miro. 
¿Ha venido por mí?
No. Yo ya no sueño con que vengan por mí. Que ni se les ocurra venir por mí. No quiero que vengan por mí. 
Yo estoy bien así.
Sola.
Con hambre.
Con sed. 
Llena de heridas.
De sangre.
Llena de burlas. 
Yo estoy bien así.
Felizmente he pegado una mirada a mi reloj y ya es hora de tomar mis pastillas. 
Pero no quiero calmarme. 
Quiero destruir todo. 
A puño limpio.
Romperme el cuerpo si es necesario.
Quiero encontrarlos y matarlos a golpes.
Porque no me buscaron
Porque estoy aquí desde hace mucho tiempo. Porque era parte de ellos
Porque no me buscaron.
Quiero quebrar uno a uno cada parte de su cuerpo.
Loca.
Orate.
Así como soy.
Y nada de eso se comparará con la vida que ellos me impusieron.
Ya no sueño con que vengan por mí.
Porque iré yo por ustedes.











domingo, 10 de mayo de 2015

La tía Susy

"La verdad decidimos tomar nuestra distancia a raíz de lo que había pasado. Tenías y teníamos que asimilar las cosas. No era una situación fácil. Pero siempre los he tenido presente a tí y a tus hijos. Siempre."

Domingo por la mañana. Día de la Madre.
-¿Y cuáles son los planes para hoy? ...Papi, ¿sabes? Me levanté y me acordé de mi tía Susy, así de la nada. Y no sé por qué. 
-Yo estuve pensando en ella la semana pasada. ¡Vamos hoy a visitarla!
-¡Vamos!

Tuvimos un recorrido bastante largo. De casa salimos rumbo a otro distrito en busca de una de las mujeres de mi vida. Aquella que es una dama de pies a cabeza. Aquella mujer que se roba risas de propios y ajenos. Aquella señora que recuerda, a sus más de ochenta años, cuánto es doce por doce y que corrije cuando escriben vino con b. Mi mama Dora. Es tan lindo verla. Escucharla. Tomarle las manos. Es una mujer muy fuerte. Tiene mucho amor para dar y estoy dispuesto a recibirlo por siempre. No quiero que nunca nos dejes y si sueno egoísta no me importa. Quiero ser egoísta contigo siempre. 

(...)

Camino a casa de la tía Susy pensaba en cómo iba a ser ese reencuentro. 
Hemos compartido muchas cosas. Algún tiempo, si mal no recuerdo, hemos compartido hasta el mismo techo y los lazos, para con quienes compartes momentos felices pero también episodios durísimos, son muy fuertes por más tiempo que pase.
Fui conversando con Luchito, primo mío (aunque hoy por hoy "Luchito" ya no es tan Luchito), para avisarle que estábamos en camino.

La vida no es fácil para nadie. Y la de ella y, por ende, la de mis primos no ha sido la excepción.
Sobrellevar un hogar: Mamá, papá e hijos, es sumamente complicado. Y mantenerla feliz es el doble de difícil. 
Hubieron una serie de hechos que hicieron que nuestros lazos se resquebrajaran un poco, quizá. Y fuimos perdiendo el contacto unos a otros. La familia se estaba desmoronando. La mierda iba ganando. Y nos llevaba mucha ventaja.

Pero no hay mal que dure mil años, ni cuerpo que lo resista ¿no es cierto?
Pues el mal terminó. Terminó.

(...)

Uno nunca sabe lo fuerte que puedes ser hasta que ser fuerte es la única opción que tienes.
Y si hoy conoces a alguien que ha sabido levantarse después de tan aparatosa caída ve y celébralo junto a él o ella. No sabes lo desgastante que es. Y no puedes imaginarte lo bien que puedes hacer sentir a esa persona. Nunca calles lo bueno que tienes por decir porque quizá tus palabras sean la recarga de batería que esa persona necesita pero que grita silenciosamente.

(...)

Nuestra estadía fue reconfortante. Al verlos, al verla... El corazón no falla, y el mío estaba muy contento de estar ahí. El aura de lo que hoy es realmente un hogar para ellos era de un color y de un olor agradable. Tenían una sonrisa contagiante y unas ganas imparables de contarnos todo lo bueno y todo lo malo que han tenido que pasar para ser hoy poseedores de luz.



Tía Susy:
Quizá para tí soy un sobrino de veintún años que aún tiene mucho por vivir y que no sabe nada de la vida. Y quizá sea cierto. Pero quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ser parte de tu vida. Estoy muy feliz de haber conocido hoy a la verdadera Susy Villaverde. A la mujer fuerte. A la madre coraje. A la mujer que se valora, que se quiere, que se respeta. Aquella que hoy puede mirar a los ojos a cualquier persona que se le ponga en frente y así decir: "Sí, sufrí. Pero estoy aquí por mí y por mis hijos." Eres muy valiosa. ¿Sabes algo? Hemos compartido tres botellas de cerveza por ti, porque la verdad odio el trago, pero tu fortaleza y tu buena vibra hizo que sintiera que aquella bebida que recorría ahora mi garganta, se convierta en el sabor más dulce del mundo.

Gracias por levantarte. Gracias por hacerme ver que mis problemas no son nada. Que se puede resurgir desde lo más hondo. Que es posible sacudirse tanta mierda de encima. No importa cuánto tiempo hayamos estado revolcándonos en el estiércol. Lo que verdaderamente importa es saber cuando decir ¡basta!

Mi intención no es jamás juzgarte ni juzgar a nada ni a nadie. Mi única intención es hacerte saber lo grande que eres y lo enorme que puedes llegar a ser. 

Gracias por abrirnos las puertas de tu casa. Gracias por esas "tres chelitas". Y gracias por aparecer hoy en mi mente.

Te quiero con todo mi corazón.

AZM





miércoles, 6 de mayo de 2015

¿Cuánto cuesta tu alegría?

¡Espera! ¿Puedo pedirte por favor que elijas una canción tranquila, lenta, y de letra profunda para leer el siguiente escrito?
(...)
¿Ya está todo listo?
(...)
¿De verdad?
(...)
Bien, aquí vamos.

>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>


Hola, qué bueno que hayas venido a vernos.

Estamos aquí desde hace mucho y pensé que te habías olvidado de nosotros.
Aquí últimamente las tormentas no cesan y casi siempre oscurece más temprano de lo normal.
Eso nos lastima.
Antes todo era diferente. Veía el sol ocultarse muy tarde y no dejábamos de reír.
Veo tu cara de asombro, manten la calma que todo está bien.
¿Sabes? Estoy muy feliz de verte. Qué digo 'muy feliz', inmensamente feliz de tenerte aquí.
Has cambiado, aunque no mucho. Solo tienes unos centímetros más que yo y el cabello más ensortijado.

Ven mira, te quiero mostrar algo.
Desde aquí podemos ver todo, al principio este lugar era muy aburrido.
No había nadie más hasta que llegó otro compañero tuyo.
¡¿Cómo que qué compañero?! No digas eso, te puede oír y no quiero que se sienta mal.
Nosotros siempre te tenemos presente, y como ya te dije, desde aquí podemos ver todo.


¿Puedo abrazarte? ...

¡Gracias! Tenía tantas ganas de hacerlo. Sé que necesitabas un abrazo desde hace mucho, te oí decírselo al viento, esa timidez no te deja pedírselo a alguien de carne y hueso.
Tienes que superarlo.


¡Por supuesto que nos parecemos! Y vaya que demoraste en decirlo, pensé que sería lo primero que dirías, pero ya veo que no. 

No sé cómo agradecerte el que hayas venido, sabía que pasaría en algún momento, pero no pensé que fuera tan pronto.
Soy muy feliz de verte, de tenerte frente a frente, de hablarte, tocarte, olerte.


Hemos podido sentir lo mismo que tú durante estos últimos meses. Cuando decaes, cuando sufres, cuando desmayas...

Nuestra vida hemos dejado en manos de tu vida.
¿Cuánto cuesta tu alegría? 

¿Recuerdas cuando mencioné lo pronto que suele oscurecer últimamente en este lado de tu existencia?
Solo tú puedes darnos luz eterna y arco iris de mil colores.
No te aflijas, no sufras, no te preocupes y ocúpate cuando sea necesario.
Llora cuando quieras, pero reponte pronto.
Aquí necesitamos de tu bienestar para poder sobrevivir.
Hemos muerto y hemos renacido miles de veces, pero tememos que nos hagas desaparecer con las ocupaciones que ahora tienes.
Entendemos que estás creciendo, pero también queremos y merecemos vivir.
Piensa en nosotros, solo somos dos: Tu niñez y tu pubertad.
Te hemos dado nuestro corazón para acompañar tus latidos.

Soy yo,
soy tu niño.
No tenemos a nadie más, por ahora, porque pronto estarás tú aquí también con nosotros y será otra fase tuya la que quedará encargada en tierra.
Mientras tanto,
danos vida,
danos luz.
Luz eterna.







¿No te han dado ganas de abrazar a esa niña o niño que fuiste o que aún eres? A mí me acaban de entrar unas ganas locas de ir a buscar a ese niño que físicamente ya no soy. Quiero apapacharlo tan fuerte como pueda.
Pero ese niño soy yo,

ni modo.
Me abrazo.


AZM












martes, 21 de abril de 2015

Auxilio: ¡Soy un varón feminista!

Habito en un mundo que se equivoca constantemente. 
Un mundo que vivió en el error contínuo, que derrochaba sangre inocente, que señalaba a quienes no debía y que, posiblemente, sigue persiguiendo a quienes no deben ser perseguidos. Hemos evolucionado a medida que las cosas han ido encontrando su cauce. Volteo la mirada hacia épocas en las que agradezco no haber existido pues no sé qué hubiera sido de mí. Hay tantas cosas que siempre estuvieron mal. Demasiada injusticia. Desigualdad. Crueldad. ¿Negros esclavos? ¿De verdad nos sentíamos con el derecho de tener como esclavos a seres humanos tan semejantes uno del otro? ¿Holocausto? ¿Hitler? ¿Guerras por el poder? ¿Corrupción descontrolada? Me horrorizo.

Me jode y no puedo entender cómo hasta la actualidad hay tantas cosas que hemos ido arrastrando y que no hemos podido reparar. Hay tal grado de ignorancia e insensibilidad de parte de muchos de nosotros que hacen que cada vez estemos peor. Remamos a distintas direcciones. Mientras uno luchan contra el mal. Otros, descaradamente, luchan contra el bien.

¿En serio los varones nos creíamos tan superiores a las mujeres? ¿Con qué derecho? ¿Quién carajo nos dio ese poder que creen algunos, hasta ahora, que les corresponde? 
Me llena de rabia saber que lo más preciado que puede existir en un mundo como el nuestro, sea tan maltratado todos y cada unos de nuestros días. ¿Por qué? ¿Acaso no podemos entender que estamos equivocados? Que son más de lo que somos nosotros. Sí, son más. No podemos hablar de igualdad de género, porque ellas, simplemente, nos llevan mucha ventaja. Claro, aquellas que saben adelantarse.

Hoy, justo antes de llegar al paradero a tomar el bus que me traería al trabajo, sobreparé en la pista porque venía un taxi negro que finalmente me cedió el paso. Sinceramente me sorprendí. El chofer, una mujer.
Me puse a pensar a cuántos peligros está expuesta e imaginé que lo hace por los hijos que quizá ha de tener, o por el esposo que debe cuidar, o por la familia entera que debe mantener. No lo sé, tantas cosas. No es la primera mujer taxista que veo, es obvio, pero no dejo de conmoverme cuando veo a alguna. Como las hay, ya más arriesgadas, conductoras de combis, buses, cobradoras de éstos mismos, etcétera.
La última vez que subí a un bus y me tocó una conductora, sentí que viajaba en un avión y en primera clase. El bus estaba limpio, todas las ventanas abiertas, la música en un volumen adecuado. No tenía cobrador así que se las ingeniaba para conducir, cobrar, estar al pendiente de quiénes subían y quiénes bajaban.

-¿Pasa por la Bolichera?
-Sí, por supuesto.
-Cóbrese -puse en su mano una moneda de un sol y procedí a avanzar.
-¡Joven! Hasta la Bolichera son solo cincuenta céntimos -me dio el vuelto. Ahora sí pase, adelante. Conserve su boleto. Buenas noches.

De verdad fue así. Tal cual. Recuerdo incluso que no pude contener solo conmigo las buenas vibras que aquella señora me había transmitido, así que apenas bajé del bus, compartí esa felicidad con un amigo muy cercano. Debió pensar que estoy loco.

Tengo una obsesión por hacer que todo el mundo entienda que de verdad son muy valiosas, me estresa saber que la realidad es otra. Este mundo está de cabeza, el sol solo sale para algunos. Muchos viven en la eterna oscuridad. Oscuridad cerebral. Con criterio cero. Nulo. 
¡Hombre despierta! Naciste para proteger no para abusar. Me encantaría removerte el cerebro y hacer que entres en razón. Cambia ese chip que te pusieron años atrás. No tienes derecho a insultar a una mujer, a maltratarla, a sentirte superior, a abusar de ella. ¿Has oído los piropos que solo un descerebrado y troglodita como tú puede decir? 
Piensa un poco, vamos tú puedes.

Ellas son más arriesgadas que cualquiera de nosotros. No solo dan vida, sino que mantienen la suya, la mía, la tuya, la de todos sus hijos, la del esposo, la de su familia entera.

-Yo no sé qué va a ser de ustedes el día que yo me muera.

Típica mujer que se sabe muy útil. Que sin ella no somos nada.
¿Ves? ¿Y aún así sigues creyendo que eres el sexo fuerte? Que eres el macho todopoderoso. Poderoso de qué. Con quién. Para qué.
Antes de desarrollar masa muscular para verte fornido e intimidante, desarrolla el cerebro para aprender y aceptar que no era más que nadie. Que necesitas ser más que tú mismo para poder mejorar un mundo que sigue creyendo que "las mujeres no tienen derechos porque decidieron nacer mujer".

¡No me jodas pues!


Si siento que soy feminista, ¿necesito ir al psicólogo?



Únanse al Fanpage. Clic en el ícono de facebook de la parte superior.

miércoles, 8 de abril de 2015

¡Hola!

-¿Puedo ayudarte en algo?
-No lo sé.
-¿Qué te pasa?
-Tampoco sé.
-Entonces por qué lloras.
-Por nada. En realidad, por todo.
-Y qué es todo.
-Todo, es todo.
-¿Estoy incomodando?
-No.
-OK.
-Disculpa, no es que sea cortante. Estoy triste, es todo.
-Casi nunca converso con extraños. Lo hice contigo porque te vi llorando y nadie llora en un bus por nada. Al menos yo no lo haría. Creo.
-Yo pensaba lo mismo.
-Bueno, ¿a dónde vas?
-No vayas a pensar que trato de ser cortante, pero tampoco sé.
-Y cuando pagaste el pasaje, ¿hasta dónde dijiste que ibas?
-Último paradero.
-Y qué hay ahí. O quién va a estar ahí.
-No sé.
-¿Por qué tomaste este bus entonces?
-Porque fue lo primero que vi luego de salir corriendo de mi casa.
-Entonces puedo entender que tienes problemas familiares.
-No.
-¿Entonces?
-Para tener problemas familiares, debes tener primero familia.
-¿Y no la tienes?
-No sé.
-¿Tienes alguna idea de a dónde vas a llegar a parar si sigues no sabiendo nada?
-Sí.
-¿A dónde?
-Al último paradero de este bus.
-¿Bromeas?
-No.
-¿Por qué lloras? O bueno, ¿por qué llorabas?
-En serio, no sé.
-Haz memoria.
-Desperté de mal humor. En realidad, me desperté en plena madrugada. A la 1:00am más o menos. Vi un auto estacionarse por el jardín de mi casa y me pareció raro. Luego se fue. Me eché, dormí otra vez y desperté sin ánimos.
-¿OK? Pero eso no responde a por qué llorabas.
-Es que ya te lo dije, no sé. No sé.
-Bueno...
-¿Y tú a dónde vas?
-A mi trabajo.
-¿En qué trabajas?
-¿Recuerdas la parte de 'casi nunca converso con extraños'?
-Sí.
- Qué bueno.
-¿Y no te da calor usar ropa formal todos los días?
-Si, claro. Es como un disfraz, pero ni modo ¿no? Tú, ¿no trabajas?
-Sí.
-¿En qué?
-¿Yo sí tengo que responderte?
-No si no quieres.
-No es interesante.
-Ah bueno.
-¿Te falta mucho para bajar?
-Calculo que unos quince minutos.
-¿Cómo regreso hasta donde tomé este carro?
-No sé.
-¿Ahora eres tú el que no sabe nada?
-No, es solo que no sé dónde lo tomaste.
-Por donde tú vives.
-¿Y cómo sabes eso?
-Porque vi en donde subiste. Cuando tú subiste yo ya estaba aquí.
-Sí, es cierto. Bueno entonces si ubicas dónde vivo, debes saber cómo regresar, ¿no crees?
-Solo trataba de seguir la conversación.
-¿Por fin me dirás por qué llorabas?
-¿Por qué tanto interés?
-Solo trato de seguir la conversación.
-Lloraba porque sí. Necesitaba expulsar sentimientos reprimidos.
-Suena interesante.
-¿Lo de expulsar sentimientos reprimidos?
-Sí. Lo que no entiendo es por qué elegiste un bus para expulsarlos.
-No lo elegí.
-Sí lo hiciste.
-Fue lo primero que vi.
-No lo creo.
-Bueno, lo primero que vi que hiciera alejarme de casa.
-Entonces tienes problemas familiares...
-¿Siempre eres así de terco?
-No soy terco.
-Parece.
-¿Cómo te sientes ahora?
-Ni bien, ni mal. Solo respirando.
-Eso lo leí en Facebook.
-Yo también. Al fin puedo usarlo.
-Espero que todo mejore en casa, o lo que sea que te haga sentir triste.
-Gracias. Y gracias también por preocuparte por alguien que no conoces.
-Si, fue raro la verdad. Lo pensé mucho, pero como te vi así, me diste pena sinceramente.
-¿Ya no es buena idea ir hasta el último paradero no?
-No lo sé, Eso decídelo tú.
-¿Cómo regreso?
-Toma el mismo bus, pero en frente.
-¿Tardará en llegar?
-Los buses se encuentran entre sí, en el sentido contrario. Es decir, si éste está por este lado, pasará en unos segundos otro pero en otra dirección.
-Que es ese que viene.
-Sí.
-¿En cuánto tiempo pasará el otro?
-Por lo general en unos quince minutos.
-Bien, gracias.
-De nada.
-Bueno, ya decido donde bajar.
-Perfecto.
-Me siento mejor, no sé por qué.
-¡Ah eso es bueno!
-Sí. Aunque no deja de ser raro que hayamos conversando un poco.
-Es raro, pero no resulta tan malo. Es algo distinto. Así quiso iniciar el lunes.
-¿Así quiso?
-Olvídalo, tengo la manía de darle vida a lo inerte
-Interesante.
-¿Ya casi estás por bajar?
-Sí.
-Cuando subiste parecías muy serio.
-Ya ves que todo no es lo que parece.
-Tienes razón. ¿Qué desayunaste?
-¿Tratas de seguir nuevamente la conversación? Aún nada. Llegando al trabajo compro algo. ¿Tú?
-Ayer hubo un cumpleaños y me dieron un tajada grande. Casi media torta. Me reí en ese momento, me pareció exagerado y grosero. Hoy lo agradezco.
-Entiendo.
-¿Por qué a veces hay que sufrir tanto?
-No podría responder eso. Pasa y ya. Depende de uno superar o desmayar.
-¿Rebuscas palabras?
-No entiendo.
-Para hablar.
-No. Salen cuando hablo.
-Entonces, ¿lees?
-Y escribo.
-En dónde.
-En un espacio llamado blog.
-Entonces eres blogger.
-Algo así.
-Y de qué escribes.
-De cosas como éstas.
-¿Raras?
-Digamos que sí.
-¿A la gente le gusta lo raro?
-No es raro. Son cosas que le pasan a todos, pero que pocos son capaces de decir o aceptar.
-Por miedo.
-O por tener vergüenza de llorar en un bus.
-Y cómo se llama
-Qué cosa.
-El lugar en donde escribes.
-El lugar, blog. El título Zagaladas.
-Y qué significa Zalagadas.
-Zagaladas, es Zagaladas. Y es por mi apellido.
-Ah
-Sí.
-Lo leeré.
-Si gustas.
-¿Y escribirás esto?
-¿Esto qué?
-Lo que pasó hoy
-No lo sé.
-¿Por qué?
-Porque sería un poco complicado.
-Hmm. Entiendo.
- Pero lo intentaré. Ahora ya debo bajar.
-Está bien. Bajaré en Aliaga también.
-¿No dijiste que no conocías?
-Y así es. Pero ahí, por encima del semáforo, dice avenida Aliaga.
-¡Ah!


viernes, 27 de febrero de 2015

¡Quiero ser papá!

(...)
Entonces trato de acercarlo a mi pecho impaciente. Mi cuerpo se estremece con este primer contacto y, con él, mi corazón evoluciona tan rápidamente que casi puedo hacer que lata por los dos a la vez.
Lo veo y oigo lloriquear por la emoción que le causa el haber llegado a casa después de casi nueve meses lejos de papá. Mis lágrimas se mezclan con las suyas y logramos humedecer la sábana que lo envuelve. Me siento más frágil que él, y al mismo tiempo, engordo mis fuerzas para prometerle protección pura, sana, y 'eterna'.
Hago un segundo intento por dejar de contemplarlo para hacerlo descansar de una vez por todas sobre mi hombro. La mitad de mi cuerpo no responde. Estoy siendo asaltado por sentimientos encontrados que han iniciado en mí un torbellino de emociones. No es solo un pedazo de mí. Él, acaba de empoderarse de la totalidad de mi ser.

Sus piernas y brazos se mueven con aire angelical y su llanto se ha convertido en un grito de guerra. Aquella que acabamos de ganar.
Muevo mis músculos entumecidos y hago un ligero movimiento con la intención de aproximar mis labios a su frente. Siento ese aroma inmaculado que arroja la inocencia de su reciente existencia. Inicio una suerte de recreo entre nosotros y hago rozar, de manera intencionada, mi nariz con la suya. Su rostro se muestra apacible y ha dejado de sollozar. Le hablo. Invento que intenta tocarme y hago el menor esfuerzo por evitarlo. Cubro a plenitud su presencia y al hacerlo quiebro mis ojos y humedezco mi voz.
Lo separo de mí a regañadientes para cerciorarme de que sea real. Y confirmo que lo es.
Despego mi mirada de la suya en búsqueda de alguien que pueda atenderlo de manera profesional. 

Me acerco a la enfermera más cercana. La miro sonriente y le pido que lo acoja cuidadosamente. Antes de entregárselo, consulto si ¿ve un parecido entre él y yo? Para agrandarme, y sin darle tiempo a que responda lo primero, transformo mi duda en ¿no es el bebé más lindo que ha visto en su vida? Pero no obtengo respuesta. 
Vuelvo a pedirle que lo atienda, y esta vez mi sonrisa a disminuido por su nula atención. Es inútil. Parece que no existimos para ella. Me reincorporo y voy en busca del doctor que tengo en frente. 
Se muestra serio, tiene el rostro humedecido de sudor y sus manos, resguardadas por guantes quirúrgicos, se muestran ensangrentadas. Le ofrezco un pañuelo para salvarlo de aquel llanto corporal pero no lo recepciona. ¿Qué les pasa? 
Vuelvo mi mirada sobre él y me enternezco en cuestión de segundos. Es tan adorable.

Vuelco mis ojos sobre la camilla. Ésta vez intento rastrear la ubicación de ella. Quiero que mi hijo se sienta protegido por los brazos de su madre, pero ella no está.
La camilla está vacía, las sábanas destendidas y una escalofriante bombilla ilumina la soledad de la misma. Frunzo el ceño. ¿A dónde fue, o a dónde se la llevaron? Vuelvo a mirarlo para asegurarme que él no haya percibido aquella ausencia. Es tarde, rompe en llanto. Puedo sentir sus pulmones golpeando mis manos y veo la inmensidad de su garganta ensanchada.
Me apresuro para tratar de ponerlo a salvo en ese lugar sagrado que tienen separado para los bebés recién nacidos. En la puerta hay un letrero que dice incubadora y más abajo me advierten que se debe usar en caso de emergencia y/o en bebés prematuros. Y bueno, éste es precisamente uno de esos casos. Hay tantos cables y conductos que no sé para que sirven. Los desconecto casi todos y abro campo para sumergirlo en la calidez que brinda este lugar. Siento deseos de abalanzarme junto a él y sentirme protegido también, pero es un pensamiento disparatado. Cae en un sueño profundo y con la tranquilidad que esto me proporciona corro en retroceso hacia la sala en la que estaba minutos antes.

Me acerco a la enfermera más cercana. La miro con frialdad y le pregunto enérgicamente ¿Ella. Dónde está ella? 
Detesto la mudez con la que me encara. Me reincorporo y voy en busca del doctor que tengo en frente. Se muestra serio, tiene el rostro seco y sus manos están desprotegidas. ¡Dígame ahora mismo qué pasó! Increpo. ¡Maldita sea, diga algo
Alzo mis manos enardecidas con ganas de ataque y antes de tocarlo veo cómo delante de mí, este hombre que parecía inquebrantable, se deshace de pies a cabeza. 
Me asusto y trato de apegarme a una enfermera que, al mismo estilo de un castillo de naipes, se va desmoronando al compás del sonido de este ambiente desolador.

Entro en crisis.
Precipito mis pasos y llego a ese lugar que tiene un sinfín de cables y conductos que no sé para qué sirven. Lo veo dormir plácidamente, y un involuntario movimiento en sus labios me devuelve el alma al cuerpo. Él sigue siendo real.


¡Quiero ser papá!

Entonces trato de acercarlo a mi pecho impaciente. Mi cuerpo se estremece con este primer contacto y, con él, mi corazón evoluciona tan rápidamente que casi puedo hacer que lata por los dos a la vez...


Siesta de un sábado por la tarde. Por esas horas en los que el sol se oculta, y el corazón-la mente-y la razón- se unen.


AZM









lunes, 16 de febrero de 2015

Cadenas

No sé si debo correr, si debo gritar. No tengo lágrimas. A él le sobran. Tengo un cigarrillo entre los dedos que no me provoca encender y que destruyo lentamente tratando de escapar de mi ira. 
Contengo la respiración pero no por mucho tiempo, pues sin darme cuenta ya tengo el espejo empañado por mi aliento contenido. Mi respiración es tormentosa. Abro paso en el espejo y logro verme. Y logro escucharlo una vez más llorar desconsoladamente. Como hace dieciocho años, cuando lo vi nacer.


He sobrevivido al segundo día de llanto incontrolable. Hablo de aquel llanto que me desgarra la garganta con cada gemido de agonía, con cada grito silencioso. Gritos que nadie debe oír. De esos que me consumen internamente. De aquellos que alborotan y crean peleas entre mis neuronas. Aquellos que hacen explotar mi cabeza de dolor. Hablo de aquel llanto que convierte mi almohada en un paño de lágrimas. Y de aquel que convierte a esa misma en mi saco de box. 
He sobrevivido a las cuarenta y ocho horas más difíciles de todos mis dieciocho años. No quiero salir de mi habitación. No tengo hambre. No sé si es de día o de noche. No sé si estoy dormido o despierto. Ni siquiera sé si sigo siendo yo. Despierto y son las tres de la mañana en punto. Dicen que a esta hora se levantan las almas a deambular por un mundo que antes fue suyo, o que quizás, recién empieza a pertenecerles. 
Miro por el gran ventanal de mi sala. Me desdoblo y logro verme. Tengo la mirada perdida. Las lágrimas caen por sí solas y no las puedo controlar. Me tiemblan brazos y piernas. Siento la más profunda tristeza al verme ahí sentado. Quiero abalanzarme y abrazarme, secar yo mismo mis lágrimas y parar con toda esta pesadilla con sabor a vida real. Por fin siento hambre. 

Mi cabeza va a explotar. Estoy gritando y esta vez todos me pueden oír. No sé si llamar a esto llanto o tormenta. Tengo los ojos hinchados y la mirada pegada al techo de una habitación que no es la mía. No tengo más palabras que decir, todo lo resumo en un ¿qué hago? que jamás fue tan incierto. Un qué hago que no quiero volver a pronunciar con la intensidad con la que la hago ahora. Todo se mueve sin importar que me siento a morir. Miro todo al revés y siento que no camino con los pies.
Escucho las bisagras de la puerta y mi corazón quiere salir corriendo. Cierro los ojos y me preparo para terminar de derrumbarme. Me preparo para convertirme en aire. Para convertirme en un fantasma que nadie querrá recordar. Mi piel se eriza. Mis ojos han bloqueado sus puertas. Veo todo negro. No me oigo. He dejado de llorar. Siento flotar. Me concentro en los latidos de un corazón que no es el mío. Unos latidos que me tranquilizan. Que  me abrazan. Que me besan. Me siento frágil. Protegido. No hay palabras. No hay ruido.

Me armo de valor y abro la puerta del baño de mi habitación. Tiene la mirada fija en el techo. Tengo el corazón partido. No por lo que haya pasado, sino porque me mata su dolor.
Cómo puedo decirle que lo amo a pesar de todo. Que soy su madre. Que daría mi vida entera por calmar el ardor que produce su sufrimiento. Cómo puedo eliminar ese sentimiento de vergüenza que brota de su ser.

Siento proteger a ese bebé que tuve por ocho meses dentro de mí. Siento sus latidos retomar su ritmo habitual. Ese ritmo que identifico desde el día en que sus ojos vieron la luz.
Cómo no enamorarse de un hijo. Me siento tan fuerte al verlo tan indefenso.
Es un niño pequeño, de esos que tienen dieciocho años.

He sobrevivido al segundo año de aquel día de llanto incontrolable. Hablo de aquel llanto que me desgarró la garganta con cada gemido de agonía, con cada grito silencioso. Gritos que nadie debía oír. De esos que me consumían internamente. Hablo de aquel llanto que resumía mi dolor. Aquel dolor que se esfumó no sin antes presentarme a los papás más maravillosos. Un dolor que me enseñó a admirarlos, a amarlos con toda la intensidad posible. Un dolor. Mi dolor.

En algún momento de mi vida, cuando tenía que soportar algunas bromas en la escuela, en el barrio, o hasta en mi misma familia , prometí nunca contar ni expresar lo difícil que resulta tener preferencias sexuales distintas en este mundo. Pasó cuando no lo planeé, cuando no estaba listo para asumir una bisexualidad que ni yo mismo terminaba de conocer y mucho menos aceptar. Resultó difícil. Muy difícil. Dificilísimo. No sabes cuanto.
La vida me envió a los dos padres más amorosos del mundo. Unos padres que han defendido a su hijo de cualquier posible ataque. Unos padres que han tenido que ir en contra de la ideología familiar que cree que un hijo o hija homosexual o bisexual es un problema. Cuánta razón tuviste papá cuando con toda la naturaleza del mundo afirmaste que esto no era un problema para ti. Que estás feliz si yo lo estoy. Que si alguien abría la boca para faltarme el respeto, tú te encargarías de cerrarla muy amablemente. ¿Sabes qué significó todo eso? Que hoy me sienta plenamente feliz de tenerlos conmigo. Que tenga los huevos de compartir esto con los demás, no para que me aplaudan ni para que algún desadaptado me insulte. Voy más allá. Quiero llegar a los que aún no se aceptan. A quienes  han pensado o piensan en el suicidio. A los padres que no saben cómo manejarlo. A los psicólogos que creen tener el poder de sanar del virus de la homosexualidad. A las religiones que nos temen porque venimos del diablo. Es tan deprimente no tener una libertad completa. No es tan complicado entenderlo. ¿Creen acaso que no merecemos respeto? Imagino todas las situaciones que deben estar preguntándose ahora, acerca de los que se exponen delante de niños, mujeres que se visten de hombres y viceversa, aquellos que tienen comportamientos inadecuados, y demás cosas. Créeme que nada de eso se compara con el sentirse señalado. Hoy un niño ve a dos señoritas besándose en la calle y mañana lo olvida. Pregúntame si yo he olvidado las caras de quienes hacían bromas inocentes conmigo en la primaria.
¡Ah, un par de cosas!
No salimos del clóset. No seas tan poca cosa como para usar un término tan bajo.
No existe la opción sexual. Cuando nací no me dieron a elegir a quien amar o en quien fijarme. 
¿A ti si?


AZM